Estaba en el cuarto de un hospital donde las luces de las lámparas hacían que mi vista se tornara borrosa y que no pudiera distinguir a las personas que estaban a mí alrededor. Lo último que recordaba se remontaba a la discusión que había tenido con Marcus ese día. Marcus era mi novio por decirlo en palabras coloquiales. Llevábamos más de 5 años de relación y habíamos pasado por muchas cosas juntos. Cuando llevábamos dos años, Marcus desapareció 2 semanas completamente del mundo. La policía no pudo explicarle a sus padres donde había estado, solamente se limitaron a decir que lo habían encontrado en el otro lado del país, cuando inexplicablemente había caído desde un edificio de 3 pisos, fracturándose varios huesos y quedando en coma por 2 meses.
Las dos semanas de su desaparición fueron terribles para mí, tenía el presentimiento de que estaba bien pero no me podía explicar su desaparición. Me había puesto a pensar en las razones pero, el no tenía enemigos, era una persona respetable, amable y a la mayoría de la gente le agradaba. Tal vez un asalto, pensé. Tal vez un secuestro. Tantas ideas venían a mi mente y no sabía qué hacer. Me había resignado a tener que esperar por noticias en lugar de lanzarme a buscarlo por la ciudad.
Después de las 2 semanas de su tormentosa desaparición, mi teléfono sonó. Era un número privado, dudé en contestar, pero pensando que pudiera tratarse de una emergencia tomé la llamada.
-Bueno – dije.
-¿Vanessa? – una voz cansada y ronca sonó desde el otro lado del auricular.
-¿Marcus? Oh Dios mío, ¿Eres tú Marcus? – mí voz se tornó chillante y subió su volumen mientras unas lágrimas corrían por mis mejillas sin intención alguna - ¿Dónde estás Marcus? ¿Estás bien? ¿Qué ha p….? – pero antes de que pudiera seguir la llamada se había cortado. Esperé unos minutos para ver si volvía a entrar. Nada pasó. Diez minutos después una llamada de la estación de policías me despertó del trance en el que me había sumergido. “Encontramos a su novio” fue todo lo que escuché. El oficial seguía hablando, pero para entonces yo ya estaba otra vez nadando en ideas y especulaciones.
Seis horas más tarde, Marcus estaba reposando en el cuarto piso, en la cama de un hospital privado. Los doctores nos dijeron a sus padres y a mí que sus heridas eran muy graves y que a pesar de que los paramédicos habían actuado rápido al trasladarlo desde donde lo encontraron hasta ese hospital en helicóptero, aunque sus heridas sanaran, no sabían cuanto tiempo le tardaría despertar del coma en el que se había ahogado. Al principio el golpe fue muy fuerte y sus padres se desmoronaron, yo me encontraba en la misma situación pero no podía debilitarme delante de ellos. Tenía que ser fuerte, para él, para mí, sobre todo para mí.
Nos turnábamos para estar con él. Durante las mañanas que su padre y yo trabajábamos, su madre se quedaba con él, en las tardes llegaba su padre mientras su madre se retiraba a descansar a la casa y preparar la cena para cuando él llegara. Durante ese periodo yo llegaba del trabajo, comía algo y me iba a dormir para descansar antes de irme a cumplir con mi turno de vigilarlo durante toda la noche. Cada día reunía un conjunto de artículos para llevar al hospital. Algunas cartas, el reproductor de música y pocas fotos me ayudaron a pasar el tiempo durante mi estancia ahí. Le leía las cartas que alguna vez me había mandado, le ponía las canciones que más nos gustaban a los dos y le describía las fotos que nos habíamos tomado desde el día en que nos conocimos. Cada visita mataba más la esperanza que yo tenía, de que Marcus se salvara.
Las medicinas y todo lo que los doctores le habían hecho parecían no tener efecto en él, seguía en el mismo estado desde el primer día de su ingreso al hospital. Tenía las bolsas bajo los ojos de un morado obscuro, los labios pálidos y su piel fría. Si los monitores no me hubieran dicho que estaba vivo, juraría que estaba ante un cadáver. Y así como las cosas pasaron tan rápido cuando lo encontraron moribundo, así pasaron el día que despertó.
Era un lunes por la madrugada y yo estaba de guardia. Había salido a comprar un café en la máquina, me había tardado porque no tenía cambio y tuve que recorrer los pasillos buscando enfermeras que pudieran prestarme o cambiarme mi billete. Cuando regresé al cuarto sosteniendo mi café en una mano y un libro viejo en la otra, no fui capaz de notar la diferencia. Me senté y seguí leyendo durante 2 minutos. Fue hasta que mis ojos salieron de las páginas de “amor y prejuicio” y se dirigieron a la cama que yacía vacía enfrente de mí que me di cuenta. Marcus estaba parado, de espaldas a mí, con la vista hacía la ventana que tenía las cortinas abiertas. En una mano sostenía el porta suero y la otra la tenía descansando por lo que podía ver desde su espalda, en su pecho.
Me congelé ante la situación, mientras que el se giraba lentamente y con una voz grave que nunca le había escuchado me dijo, “¿Cuánto tiempo llevaba dormido?”, “dos meses” contesté. Se volvió a girar y yo me incorporé de mi asiento. Su rostro se había vuelto más serio, parecía como si hubiese envejecido 10 años, sin embargo, ya no tenía las ojeras y sus labios habían recuperado su rosa pastel de siempre. Caminé lentamente hacía él, con manos temblorosas me puse a su lado y pase mi mano hasta su hombro izquierdo. “Te extrañamos” fue lo único que pude decir y unas lágrimas empezaron a brotar desde las comisuras de mis ojos. Su mano derecha se levantó y tomó mi cintura, mi cabeza se recargó en su hombro y él se limitó a besar mi frente y decir “yo también.”
Nadie dijo nada. Los doctores atribuyeron su sanación a que los medicamentos finalmente habían hecho efecto y sus padres pensaron que era un milagro de Dios. Creo que yo era la única que a pesar de estar conforme con que él siguiera con vida, quería una explicación de lo que había pasado. Durante las siguientes semanas no habló mucho, cada que alguien le preguntaba que había pasado, se limitaba a decir que no lo recordaba. Los doctores les dijeron a sus padres que era parte del proceso y que tardaría de 1 a 6 meses en recuperar ese pedazo de su memoria, sin embargo cada que alguien le preguntaba sobre el tema, yo podía ver como se quedaba viendo fijamente a un lugar y se perdía en sus pensamientos. Era obvio que se acordaba de todo, pero no iba a compartir nada. Me torturé durante ese tiempo preguntándome “¿Ni siquiera a mi?”, mientras que oía una voz en mi cabeza que me decía por alguna razón “Especialmente a ti”. Cuando cumplió los dos meses de haber salido del hospital y después de haberse a limitado a decir “gracias, no gracias y por favor” hizo una visita inesperada a mi oficina. Eran las 2 de la tarde y yo estaba preparándome para salir a comer y hacer unos pendientes que tenía, cuando lo vi parado en la puerta.
-Noc noc – dijo – ¿Puedo pasar?
-¡Marcus! – Exclamé – Claro, estaba a punto de salir a comer, pero dime, ¿A qué debo tu visita? – contesté.
-Estoy listo para decírtelo – me dijo en un tono bastante serio.
-¿Decirme? – contesté un tanto desorientada – ¿Decirme qué Marcus?
-Tu has sido muy paciente conmigo Vanessa – empezó a decir mientras se sentaba en la orilla del sillón – nunca me exigiste nada, nunca me preguntaste qué pasó mientras estuve desaparecido, a pesar de que sabías que yo recordaba todo.
-Creí que en su momento tú me lo dirías – dije, aunque honestamente su confesión me había sorprendido dramáticamente. Se había dado cuenta de que yo sabía su secreto. Bueno, no sé porque me sorprendía si él era excelente para leer los rostros de las personas - ¿Entonces…? ¿Ahora es el momento?
-Si – contestó – ahora es el momento. Dio un fuerte respiro y mirándome a los ojos empezó a contar esa historia que hasta el día de hoy me sigue persiguiendo en cada momento.
-Todo empezó cuando regresaba de correr por la mañana. Eran las 7 y todo estaba cerrado, había pocos coches en las avenidas y hacía frio. Acababa de cruzar la calle para entrar al edificio donde está mi departamento cuando al pasar por el callejón que está después de doblar la esquina escuché mi nombre. Al principio me detuve y volteé a mi lado izquierdo. No había nadie. Dio otro paso y volví a oír mi nombre en un susurro. Caminé dos pasos hacia atrás y vi una luz al fondo del callejón. No me preguntes porque pero caminé hacia ella. Cuando llegué al fondo del callejón la bola de luz que había estado siguiendo se acercó a mí y sin que pudiera hacer algo se metió en mi pecho. Recuerdo que caí desplomado al suelo y por más que trataba de moverme no pude hacerlo. Mi cuerpo no respondía. De pronto se levantó, empezó a caminar por sí solo. Era como si estuviera atrapado dentro de mí y no pudiera hacer nada para controlar mis movimientos. Era como una cárcel. Cuando me di por vencido al ver que cualquier acción que hiciera no se iba a ver ejecutada por mi cuerpo, una voz dentro de mi cabeza dijo “Que bueno que te calmaste, estaba a punto de mandarte a dormir” entré en shock y hablé para mí mismo “¿Qué está pasando?” ¡Oh, grandioso! Podía hablar pero no moverme, eso sí qué era motivador. Fue entonces que me di cuenta que algo estaba mal conmigo, era como si siguiera siendo yo pero a la vez fuera otra persona.
-La voz dentro de mi volvió a hablar – Sí, estoy dentro de ti. Has sido poseído. Puedo escuchar todo lo que piensas. Soy un demonio. Estoy aquí con un propósito. Cuando esto acabe uno de los dos morirá. – sus palabras me dejaron helado y lo único que pude hacer fue quedarme callado mientras él me explicaba que había sido escogido al azar y que iba a perder el control de mi cuerpo por dos semanas ó lo que tardara en hacer su trabajo. Al principio me mantuve callado tratando de explicarme que esto no me estaba pasando a mí, que era solo un sueño y que en cualquier momento despertaría. Contuve mis pensamientos y me dediqué a ver lo que él veía con mis propios ojos.
Hizo una pausa y respiro profundamente. Parecía que la historia en sí, aún no llegaba a la parte más rara y extraña y esto le estaba costando mucho trabajo de procesar. Volvió a respirar y mirándome a los ojos siguió con su relato.
-La primera vez que asesinó a alguien grité como jamás lo había hecho, sentía un grito ahogado por mi garganta. Era como si todo ese dolor, sufrimiento y desesperación no tuviera sentido. Estaba tan enojado que cuando menos lo pensé, tenía el control de mi cuerpo de vuelta. Comencé a correr y a gritar como loco, me encontraba muy feliz por haber recuperado el control y fue entonces cuando sentí como caí boca abajo sobre el pavimento. Minutos más tarde yo había vuelto a mi encarcelamiento usual. Sin embargo no me importo mucho, ya que había descubierto algo nuevo. ¡Podíamos cambiar! Algo había hecho que cambiáramos y que yo volviera a ser libre. Ese algo era mi salida en el futuro, lo que iba a decidir que yo siguiera con vida o no.
-Mis gritos se volvieron menores hasta que se silenciaron completamente cada que el mataba a alguien. Llámame insensible, pero no había nada que pudiera hacer. Quisiera contarte más acerca de lo que hice, pero realmente creo que no hay necesidad de que lo escuches. Terminaré esta historia diciendo que al final de las 2 semanas, el día que te marqué a tu teléfono, logré volver a recrear esa sensación de odio/coraje que hizo que tomara el control sobre mí. Volví a correr con ese sentimiento en mi mente, sabía que si lo mantenía lo suficiente el sería incapaz de poder controlarme. Robé un teléfono para marcarte y antes de que pudiera decirte algo más cuando escuché tu voz, la sensación de enojo se había ido. Yo sabía que el regresaría muy pronto, así que tomé la opción de arrojarme desde un piso muy alto. Sabía inconscientemente que nada me iba a pasar, pero necesitaba tratar.
-Lo demás ya lo sabes. Me encontraron casi muerto y me llevaron al hospital donde estuve dos meses en una batalla interminable dentro de mi cabeza.
Hubo un silencio incómodo. Supongo que esperaba que le dijera algo inmediatamente, sin embargo yo esperaba que el continuara con la historia. Justo en el momento que iba a decir algo yo, sus labios se abrieron y en un susurro casi, dijo, “Ya sé que no me crees, ya sé que todo esto te parece la excusa más estúpida del mundo Vanessa. Pero te juro que es verdad, sabes que nunca te mentiría. Además…” Antes de que siguiera, yo ya había levantado mi dedo índice de la mano derecha y tenía cerrados los ojos. El entendió que era una señal de espera y que yo estaba a punto de decir algo. Después de cinco minutos mis labios finalmente emitieron el primer sonido.
-No sé porque, no me preguntes. Es demasiada información para procesar pero…no entiendo porque, pero te creo. Creo que simplemente recae en que eres tú el que me está diciendo la historia y no alguien más. Sé que es demasiado fantasioso pero – hice una pausa analizando cada una de las palabras que iba a decir a continuación – prefiero creerte a pensar que te has atrevido a mentirme y que me ocultas algo mucho más grave. Se me quedó viendo con ojos de furia, sus manos empezaron a temblar pero dio un respiro y soltó los puños que se habían formado en sus manos. Di un paso hacia él sin saber a que me enfrentaba y finalmente pregunté “¿Por qué tardaste dos meses en despertar?”. Se rio. Era la primera risa que veía en su rostro desde que despertó del coma, se acercó a mí y me abrazó con ambas manos alrededor de mis hombros. ¿Era mi impresión o se había vuelto más alto que yo? Fijo sus ojos en los míos y como si nada hubiera pasado, como si solo hubiese sido una pesadilla, susurró “Yo cambié, pero el amor que siento por ti, jamás. Te amo” Ese momento fue el que me hizo dejar de cuestionarme la historia que acababa de escuchar y se dedico a convencerme de que no importara lo que Marcus fuera en ese momento, estábamos juntos y saldríamos adelante como siempre lo habíamos hecho.
30 ago 2009
5 jul 2009
La leyenda de la princesa Sac-Nicté
La mayoría sabemos que mi nombre no se escribe como se escribe. Es decir yo si lo escribo así, pero originalmente y haciendo referencia a lo que quiere decir, se debería de escribir Sac-Nicté. Ahora imagínense mi nombre escrito así en una acta de nacimiento y cada vez que necesito hacer un trámite. Si de por si, tengo bastantes problemas, así que bueno, decidí compartir con ustedes un pequeño texto que encontré en interntet donde se cuenta la leyenda de mi nombre. La verdad no me sabía la historia completa y es muy bonita.
Todos los que han vivido en la tierra del Mayab, han oído el dulce nombre de la bella princesa Sac-Nicté, que significa Blanca Flor.
Era ella como la luna alta y quieta en las noches tranquilas. Y era graciosa como la paloma torcaz de dulce canto y clara y fresca como las gotas de rocío. Bella era como la flor que llena el campo de alegría perfumada, hermosa como la luz del sol que tiene todos los colores y suave como la brisa, que lleva en sus brazos todas las canciones.
Así era la princesa Sac-Nicté, que nació en la orgullosa ciudad de Mayapán, cuando la paz unía como hermanas a las tres grandes ciudades de la tierra del Mayab; cuando en la valerosa Mazapán y en la maravillosa Uxmal y en Chichén Itzá, altar de la sabiduría, no había ejércitos, porque sus reyes habían hecho el pacto de vivir como hermanos.
Todos los que han vivido en el Mayab han oído también el nombre del príncipe Canek que quiere decir Serpiente Negra.
El príncipe Canek era valeroso y tenaz de corazón, cuando tuvo tres veces siete años fue levantado a rey de la ciudad de Chichén Itzá. En aquel mismo día vio el rey Canek a la princesa Sac-Nicté y aquella noche ya no durmió el valeroso y duro rey. Y desde entonces se sintió triste para toda la vida.
Tenia la princesa Sac-Nicté tres veces cinco años cuando vio al príncipe Canek que se sentaba en el trono de Itzá, tembló de alegría su corazón al verlo y por la noche durmió con la boca encendida de una sonrisa luminosa. Cuando despertó, Sac-Nicté sabía que su vida y la vida del príncipe Canek correrían como dos ríos que corren juntos a besar el mar.
Así sucedió y así cantan aquella historia los que la saben y no olvidan.
El día en que el príncipe Canek se hizo rey de los Itzaes, subió al templo de la santa ciudad de Itzmal para presentarse ante su dios. Sus piernas de cazador temblaban cuando bajó los veintiséis escalones del templo y sus brazos de guerrero estaban caídos. El príncipe Canek había visto allí a la princesa Blanca Flor.
La gran plaza del templo estaba llena de gente que había llegado de todo el Mayab para ver al príncipe. Y todos los que estaban cerca vieron lo que pasó. Vieron la sonrisa de la princesa y vieron al príncipe cerrar los ojos y apretarse el pecho con las manos frías.
Allí estaban también los reyes y los príncipes de las demás ciudades. Todos miraban, pero no comprendieron que desde aquel momento las vidas del nuevo rey y de la princesa habían empezado a correr como dos ríos juntos, para cumplir la voluntad de los dioses altos.
Y eso no lo comprendieron. Porque hay que saber que la princesa Sac-Nicté había sido destinada por su padre, el poderoso rey de Mayapán, para el joven Ulil, príncipe heredero del reino de Uxmal.
Acabó el día en que el príncipe Canek se hizo rey de Chichén Itzá y empezaron a contarse los treinta y siete días que faltaban para el casamiento del príncipe Ulil y la princesa Sac-Nicté.
Vinieron mensajeros de Mayapán ante el joven rey de Chichén Itzá y le dijeron:
_Nuestro rey convida a su amigo y aliado para la fiesta de las bodas de su hija.
Y respondió el rey Canek con los ojos encendidos:
_Decid a vuestro señor que estaré presente.
Y vinieron mensajeros de Uxmal ante el rey Canek y le dijeron:
_Nuestro príncipe Ulil pide al gran rey de los Itzaes que vaya a sentarse a la mesa de sus bodas con la princesa Sac-Nicté.
Y respondió el rey Canek con la frente llena de sudor y las manos apretadas:
_Decid a vuestro señor que me verá ese día.
Y cuando el rey de los Itzaes estaba solo, mirando las estrellas en el agua para preguntarles, vino otra embajada en mitad de la noche. Vino un enanillo oscuro y viejo y le dijo al oído:
_La Flor Blanca está esperándote entre las hojas verdes, ¿vas a dejar que vaya otro a arrancarla?
Y se fue el enanillo, por el aire o por debajo de la tierra, nadie lo vio más que el rey y nadie lo supo.
En la grande Uxmal se preparaba el casamiento de la princesa Blanca Flor y el príncipe Ulil, de Mayapán fue la princesa con su padre y todos los grandes señores en una comitiva que llenó de cantos el camino.
Más allá de la puerta de Uxmal salió con muchos nobles y guerreros el príncipe Ulil a recibir a la princesa y cuando la vio, la vio llorando.
Toda la ciudad estaba adornada de cintas, de plumas de faisán, de plantas y de arcos pintados de colores brillantes. Y todos danzaban y estaban alegres, porque nadie sabia lo que iba a suceder.
Era ya el día tercero y la luna era grande y redonda como el sol, era el día bueno para la boda del príncipe, según la regla del cielo.
De todos los reinos, de cerca y de lejos, habían llegado a Uxmal reyes e hijos de reyes y todos habían traído presentes y ofrendas para los nuevos esposos. Vinieron unos con venados blancos, de cuernos y pezuñas de oro, otros vinieron con grandes conchas de tortuga llenas de plumas de quetzal radiante. Llegaron guerreros con aceites olorosos y collares de oro y esmeraldas, vinieron hombres músicos con pájaros enseñados a cantar como música del cielo.
De todas partes llegaron embajadores con ricos presentes; menos el rey Canek de Chichén Itzá.
Se le esperó hasta el tercer día, pero no llegó ni mandó ningún mensaje, todos estaban llenos de extrañeza y de inquietud, porque no sabían, pero el corazón de la princesa sabía y esperaba.
En la noche del tercer día de las fiestas se preparó el altar del desposorio y el gran señor de los Itzaes no llegaba, ya no esperaban los que no sabían.
Vestida está de colores puros y adornada de flores la princesa Blanca Flor, frente al altar, y ya se acerca el hombre al que se a de ofrecer por esposa. Espera Sac-Nicté, soñando en los caminos por donde ha de venir el rey en quien a puesto su corazón, espera la flor blanca del Mayab, mientras Canek, el rey triste, el joven y fuerte cazador, busca desesperado en la sombra el camino que ha de seguir para cumplir la voluntad de arriba.
En la fiesta de las bodas de la princesa Sac-Nicté con el príncipe Ulil, se esperó tres días al señor de Chichén Itzá que llegara. Pero el rey Canek llegó a la hora en que había de llegar.
Saltó de pronto en medio de Uxmal, con sesenta de sus guerreros principales y subió al altar donde ardía el incienso y cantaban los sacerdotes, llegó vestido de guerra y con el signo de Itzá sobre el pecho.
_¡Itzalán! ¡Itzalán! _ gritaron como en el campo de combate.
Nadie se levantó contra ellos, todo sucedió en un momento, entró el rey Canek como el viento encendido y arrebató a la princesa en sus brazos delante de todos. Nadie pudo impedirlo, cuando quisieron verlo ya no estaba allí. Solo quedó el príncipe Ulil frente a los sacerdotes y junto al altar. La princesa se perdió a sus ojos, arrebatada por el rey, que pasó como un relámpago.
Así acabaron las fiestas de las bodas; mas pronto roncaron las caracolas y sonaron los címbalos y gritó por las calles la rabia del príncipe Ulil para convocar a sus guerreros.
Había ido el rey Canek desde su ciudad de Chichén hasta la grande Uxmal, sin que nadie lo viera. Fue por los caminos ocultos que hay horadados en la piedra, por debajo del suelo, en esta santa tierra de los mayas, estos caminos se ven ahora de vez en cuando, antes sólo los conocían aquellos que debían conocer. Así llegó sin ser visto el rey Canek para robar a la tórtola dulcísima, al rayo de luna de su corazón.
Pero ya se afilan las armas otra vez en el Mayab y se levantan los estandartes de guerra. ¡Uxmal y Mayapán se juntan contra el Itzá!
¡Ah! La venganza va a caer sobre Chichén, que está débil y cansada del suave dormir y de los juegos alegres. Por los caminos hay polvo de marchas y en los aires hay gritos y resuenan los sonoros címbalos y truena el caracol de guerra. ¡Que va a ser de ti, ciudad de Chichén, débil y dormida en la felicidad de tu príncipe!
He aquí como los Itzaes dejaron sus casas y sus templos de Chichén y abandonaron la bella ciudad recostada a la orilla del agua azul. Todos se fueron llorando, una noche, con la luz de los luceros, todos se fueron en fila, para salvar las estatuas de los dioses y la vida del rey y de la princesa, luz y gloria del Mayab.
Delante de los hijos de Itzá iba el rey Canek, caminando por senderos abiertos en medio de los montes, iba envuelto en un manto blanco y sin corona de plumas en la frente, a su lado iba la princesa Sac-Nicté, ella levantaba la mano y señalaba el camino y todos iban detrás.
Un día llegaron a un lugar tranquilo y verde, junto a una laguna quieta, lejos de todas las ciudades y allí pusieron el asiento del reinado y edificaron las casa sencillas de la paz. Se salvaron así los Itzaes por el amor de la princesa Sac-Nicté, que entró en el corazón del último príncipe de Chichén para salvarlo del castigo y hacer su vida pura y blanca.
Solitaria y callada quedó Chichén Itzá en medio del bosque sin pájaros, porque todos volaron tras la princesa Sac-Nicté.
Llegaron a ella numerosos y enfurecidos los ejércitos de Uxmal y Mayapán y no encontraron ni los ecos en los palacios y en los templos vacíos. La ira puso entonces el fuego del incendio en la hermosa ciudad y Chichén Itzá quedó sola y muerta como está hoy, abandonada desde aquel tiempo antiguo, junto al agua azul del ceñote de la vida. Quedó sola y muerta, perfumadas sus ruinas de un aroma suave que es como una sonrisa o una blanca luz de luna.
En la primavera brota la flor blanca en el Mayab y adorna los árboles y llena el aire de suspiros olorosos. Y el hijo de la tierra maya la espera y la saluda con toda la ternura de su corazón y su voz recuerda al verla el nombre de la princesa Sac-Nicté.
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