14 sept 2010

Momentos que quedan ahí... para siempre

...Yo tuve un amigo así, se llamaba Agustín y le tenía miedo a los elefantes.

Caminaba por las calles cerradas del centro porque lo hacían sentir que estaba en el interior de su mente, le gustaba pensar en todos los helados de sabor existentes en el planeta y nunca hablaba sin antes morderse uno de sus labios, el superior... siempre era el superior.

A Agustín le angustiaba pensar en tener que socializar con las personas. Era tímido, retraído, le tenía miedo a los elefantes y odiaba el olor de la sopa de tortilla. Confiaba en poder realizar sus actividades cotidianas sin la necesidad de tener que interactuar con las personas que se encontraba día a día en su camino, no siempre funcionaba como el lo tenía en mente, pero de vez en cuando, si el día se lo permitía, llegaba a su casa del trabajo feliz y se sentaba en su sillón amarillo a leer 30 páginas del libro que estuviera en turno. Si, siempre leí 30 páginas sin importar que tan emocionante o aburrido estuviera el libro. Nunca compraba libros nuevos, los que tenía habían sido de su abuelo ó de su padre y los más nuevos, eran regalos de sus 4 hermanas y de su madre por los cumpleaños pasados.

Agustín era meticuloso, ordenado, quisquilloso y hasta un poco gruñón. Trabajaba reparando relojes, el negocio era de él pero nunca lo atendía, una de sus hermanas se encargaba de eso y el solo iba todos los días a reparar los relojes que hubieran pasado a dejar en el transcurso de estos.

Nunca se casó, tuvo varios amores imposibles y otros que duraron casi una década, pero siempre le huyó al compromiso, a sus 55 años seguía soltero, sin hijos y sin una vida más aburrida que ver una conferencia de física nuclear a las 4 am, en ruso.

Un día mientras caminaba por el camino de siempre, al dar vuelta en una calle se dio cuenta que estaba cerrada, caminó otra cuadra más y dio vuelta en esa, al llegar al final de la calle se dio cuenta que estaba sola y decidió darse la vuelta. Sin que pudiera darse cuenta, dos individuos vestidos de negro salieron de la nada, le pidieron su reloj y el se negó... bastaron dos disparos en el pecho para que Agustín pasara a mejor vida.

En un día cualquiera, en un momento cualquiera, en un instante... Agustín ya no estaba aquí. Momentos que quedan pendientes, que quedan inmortalizados por el tiempo y el espacio por futuros que no pueden ser "Si no hubieran arreglado la calle, si hubiera salido más temprano, si hubiera llevado mi pistola..."

Yo tuve un amigo así, se llamaba Agustín y nunca supe porque le tenía miedo a los elefantes...

1 comentario:

g33k-gu dijo...

Quizá todos tenemos un Agustín que viaja solitario y aburrido por los días en los que estamos atiborrados de tareas enfadosas.
Quizá ese Agustín, tu amigo, quedó en mi mente desde este momento, aunque no temo a los elefantes, mis días son cada vez más parecidos a los de él.
La renuencia a la socialización, la rutina, la poca felicidad que siento al hacer cosas que me agradan.
El vacío, la lectura, el poder ejercer mi autoridad aunque sea por un momento en el mundo que me rodea, me hace pensar que Agustín ahora forma parte de mi.
El hubiera no existe, porque es una conjugación de tiempo que jamás sucedera.
Si hubiera tomado otras opciones durante mi vida, no estaría leyendo la vida de un difunto que ha sido narrada con pasión, si no le hubiera tenido miedo (él) a los elefantes, tal vez habría disfrutado más cosas de la vida y si tan sólo hubiera comido la mitad de todos los sabores de helado que hay en el mundo, habría muerto un poco más feliz.
Probablemente un día me encuentre en una calle cerrada, y al dar la vuelta, la muerte esté esperándome y tenga que mirarla cara a cara.
Partiré con ella, sin titubear, todos los días de mi vida la he estado esperando, a veces me niego a pensar que un día tendré que irme, a veces quiero pensar que jamás llegaré a su helado seno.